La lechuza Agatha era inusualmente curiosa. Otros búhos de su bandada preferían dormitar en huecos durante el día y planear silenciosamente sobre el bosque por la noche en busca de presas. Agatha, sin embargo, siempre encontraba algo más interesante que hacer. Sus ojos grandes y redondos parecían absorber todo lo que la rodeaba, desde el insecto más pequeño hasta las estrellas distantes.
Un día, al oír un extraño golpe proveniente de un granero abandonado, Agatha no pudo resistirse y voló a investigar. Otros búhos le advirtieron del peligro, pero la curiosidad venció al miedo. Mirando a través de la grieta, vio a un viejo tejón haciendo algo con trozos de madera. Agatha lo observó trabajar con la respiración contenida, olvidándose de todo lo demás en el mundo. El tejón, absorto en su trabajo, no se percató de los ojos curiosos que lo observaban desde la oscuridad.
En otra ocasión, Agatha descubrió una herradura vieja y oxidada. La herradura brillaba al sol y Agatha, encantada con el hallazgo, decidió llevársela a su hueco. Durante todo el día intentó arrastrar la herradura a través de la estrecha entrada, pero no encajaba. Finalmente, agotada pero satisfecha, dejó su “joya” en la entrada, decidiendo admirarla más tarde.
La curiosidad de Agatha a menudo la llevaba a situaciones divertidas y a veces peligrosas. Pero fue precisamente gracias a su irreprimible curiosidad que sabía mucho más sobre el bosque que todos los demás búhos de su bandada. Y aunque los demás búhos a veces se burlaban de ella, en el fondo admiraban su valentía y su sed de nuevos descubrimientos.
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Moscow
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