Un ramo de rosas blancas y rosadas en un jarrón transparente reposaba sobre una mesa llena de luz solar. El cristal del jarrón refractaba los rayos, esparciendo reflejos por la habitación, como si fueran piedras preciosas esparcidas. El agua en la que estaban las flores brillaba, como si en ella se hubiera disuelto un puñado de polvo de diamante.
Las rosas blancas, como novias con magníficos vestidos, sostenían orgullosas sus cabezas, exudando un aroma sutil, apenas perceptible. Sus pétalos, tan delicados y frágiles, parecían moldeados a partir de la más fina porcelana. Las rosas rosas, un poco más juguetonas y coquetas, resaltan la blancura de sus vecinas, añadiendo un toque de romanticismo y ternura al ramo. Diferentes tonos de rosa, desde un pastel suave hasta un rosa intenso, casi carmesí, crearon un juego de colores sorprendente.
Las hojas verdes que enmarcaban las flores estaban llenas de vida. Brillaban como si estuvieran pulidos y creaban un hermoso contraste con los delicados pétalos. Cada gota de agua que permanecía en la hoja se convertía en una pequeña lente que agrandaba las venas y las hacía parecer hilos esmeralda.
Todo el ramo, colocado en un jarrón transparente, parecía increíblemente ligero y aireado. Parecía flotar en el aire, llenando la habitación de luz, aroma y una sensación de celebración. No era un simple ramo de flores, era una pequeña obra maestra creada por la naturaleza y complementada con la elegancia de un jarrón de cristal. Hablaba de amor, ternura y belleza sin decir una palabra.
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Moscow
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