En la tranquilidad del estudio de ballet, bañada por la suave luz de una gran ventana, una pequeña bailarina se sienta en el piso de madera pulida. Su diminuta figura, vestida con un leotardo rosa suave y un tutú vaporoso, se asemeja a una figura de porcelana. El cabello está cuidadosamente recogido en un moño apretado, revelando un cuello elegante.
Ahora toda su atención se centra en las zapatillas de punta. Delante de ella se encuentran estos mágicos zapatos de satén con largas cintas rosas. Con el ceño fruncido y la lengua afuera en señal de esfuerzo, enhebra y ata laboriosamente cintas de raso alrededor de sus delgados tobillos. Este es todo un ritual que requiere paciencia y precisión. Sus pequeños dedos, todavía torpes, realizan hábilmente la tarea, intentando hacer los nudos apretados y hermosos.
En esos momentos de preparación, mientras ata cada cinta, no solo hay concentración en sus ojos, sino también anticipación. Es la anticipación del momento en el que se pondrá de puntillas, sentirá un apoyo sólido debajo de ella y podrá elevarse como una mariposa en un baile. Para ella, estos no son sólo zapatos, son la clave de un mundo mágico donde cada pose, cada movimiento de la mano es parte de un sueño.
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Moscow
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