En un espacioso estudio de ballet, lleno de luz solar y un silencio interrumpido sólo por el susurro del satén, la pequeña bailarina terminó su ritual. Cintas de raso estaban atadas con firmeza y cuidado alrededor de sus delgados tobillos, y las zapatillas de punta abrazaban sus pies con fuerza. Hizo una pausa por un momento, inhalando el aroma familiar de la madera y la anticipación.
Y así, respirando profundamente, se puso de pie. No fue un simple levantamiento, sino más bien el primer movimiento audaz sobre la delgada y dura plataforma de las zapatillas de punta. Con incertidumbre, pero con una determinación increíble, dio su primer paso, apenas perceptible (más la sensación del paso que el paso en sí) con estos nuevos y mágicos zapatos. La sensación de alturas desconocidas, el ligero balanceo y la tensión en cada músculo: todo aquello era nuevo.
Pero en sus ojos concentrados brilló una chispa no sólo de esfuerzo, sino de puro triunfo. Ese momento, cuando se sintió por primera vez en esa delgada línea entre la tierra y el aire, se convirtió en algo mucho más que un ejercicio más. Éste fue su primer paso real en el mundo del ballet, el primer aleteo consciente de sus alas. Marcó el inicio de un camino largo y difícil, pero infinitamente bello, donde cada movimiento de la mano, cada pirueta la acercaría a las alturas de la gracia y la maestría, sentando las bases de su futura vida de danza.
Ubicación de la imagen:
Moscow
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