Entre la cotidianidad, apareció como un destello, como un mito encarnado en la realidad: una chica cuya esencia se tejía de luz y calidez, una auténtica Ave de Fuego.
Su cabello, ya fuera cobrizo, dorado o carmesí, parecía exudar un brillo invisible, como si cada rizo fuera una pluma quemada por el sol. Chispas centelleaban en sus ojos, a veces pícaras, a veces profundas, reflejando toda la paleta de fuego: desde el suave parpadeo de las brasas hasta el brillo cegador de la llama del mediodía. Al moverse, parecía haber una ligera, apenas perceptible estela de algo mágico, picante y seductor en el aire, como el aroma de una fogata en el bosque.
No solo caminaba, sino que se elevaba; cada gesto estaba lleno de la gracia inherente a una criatura alada. Su risa resonaba con campanillas, y su sonrisa podía iluminar el espacio más oscuro. Era tan impredecible como ráfagas de viento que traían chispas, y tan libre como un pájaro que volaba en el cielo infinito. Intentar abrazarla, comprenderla por completo o domarla parecía inútil, pues un verdadero Pájaro de Fuego está destinado a volar, a iluminar el mundo, no a estar encerrado en una jaula.
Su presencia llenaba el aire de asombro y eterna juventud. Llevaba en sí la promesa de luz y alegría, haciendo que quienes la rodeaban creyeran en los cuentos de hadas, en que el mundo está lleno de maravillas e inexpresabilidad. Y aunque pudiera ser fugaz, su huella en los corazones de quienes la vieron permaneció para siempre: brillante, cálida e inolvidable, como el reflejo de una llama que se extinguió hace mucho tiempo, pero que dejó tras de sí un regusto mágico.
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Moscow
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